Evaluación: antes de llegar a transformar la vida de alguien, hay un largo proceso que implica evaluar para saber qué tiene, por qué situación está pasando tu paciente (tendrás pacientes y ese término debe implicar mucha responsabilidad). Para ese propósito te valdrás de todo el arsenal de instrumentos psicodiagnósticos que hay creado, pero también de la más antigua y valiosa herramienta de un psicólogo; la entrevista.
Diagnóstico: Llegado un punto en el proceso de evaluación tocará poner nombre y apellidos a la situación por la que está pasando la persona o la familia que tienes delante. No te apresures, recuerda que es una etiqueta que puede pesar mucho durante toda la vida. Manuales diagnósticos como el CIE-10 o el DSM V los tendrás que tener siempre a mano.
Tratamiento: La parte que más gusta, ofrecer una solución, al menos aliviar el sufrimiento por el que está pasando el otro. Técnicas terapéuticas dentro de la psicología hay muchas, tantas que seguramente optes por especializarte en algunas específicamente. Recuerda que el fin no es solo resolver un problema puntual, sino dotar a la persona de herramientas para evitar más problemas en el futuro.
Investigación: esta función es menos conocida que las anteriores, pero con una importancia cardinal. Muchos psicólogos clínicos se dedican a investigar y gracias a ellos tenemos todo el conocimiento acumulado en el que nos apoyamos en la actualidad. Para ejercer esta función deberás formarte especialmente en los métodos de investigación científica.
Docencia: mis mejores profesores fueron precisamente los que ejercían como psicólogos clínicos y también como docentes. Sus clases eran las que más nos acercaban a la realidad de una consulta. Y decimos docencia en el sentido más amplio, no solo en la educación reglada, sino que en el ámbito privado muchas instituciones pueden requerir tus conocimientos.
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